diciembre 2022

Aprender está en tu mente y en tus manos

Cuando trabajé como profesor universitario pude apreciar directamente cómo la gran mayoría de los estudiantes de primer semestre fracasa en varios ramos de estudio. Muchos incluso abandonan y no quieren seguir estudiando.

Hay varios factores que seguramente influyen en esto, pero hay uno que es muy fundamental y que, además, es fácilmente superable.

En la universidad los docentes no pueden estar ocupados del ritmo de estudio de sus educandos. Como profesor, se tiene una determinada materia que pasar en un tiempo establecido. Poco tiempo queda para dedicarse a conocer a cada alumno en particular. En mi caso, me tocaron cursos con 80 o más alumnos. ¿Qué tiempo puede quedar para apoyarlos individualmente?

El sistema de estudio cambia mucho en la enseñanza superior. La responsabilidad del estudio queda en manos de cada estudiante y no habrá un profesor supervisándolo. Los padres tampoco se ocuparán como antes de hacer un seguimiento de sus actividades y trabajos estudiantiles.

La dificultad de aprender en la universidad o en los institutos de enseñanza superior se debe principalmente a que los universitarios estudian sin un método de estudio definido. Estudian y repasan sin una técnica, sin saber cómo debe hacerse para obtener buenos resultados. El bajo rendimiento se atribuye al profesor de cátedra o, peor aún, a una incapacidad personal.

Estudiar sin un método requiere gran esfuerzo y mucho tiempo. Es un gasto de energía grande que se torna frustrante por ser de pobres resultados. Se actúa desconociendo cómo funciona la mente y el cuerpo en general.

Los buenos alumnos, en cambio, tienen buenos métodos de estudio, toman decisiones correctas, poseen una estrategia para estudiar y aprender de acuerdo a el modo cómo funciona la mente.

Cuando se ingresa al mundo laboral y es necesario continuar capacitándose para tener mejores resultados económicos y de satisfacción personal, se suele cometer el mismo error, pues obviamente no habrá supervisión de nadie. En esta situación es más que nunca necesario aprender a aprender.

Sergio Valdivia

Audio de programación mental para el estudio, concentración y memoria.
Aprender, concentrarse y memorizar es mucho más fácil y rápido con prácticas de auto programación mental para el estudio.

GR06/FBA/

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Conciliar el sueño

Una técnica para conciliar el sueño

La técnica 4-7-8 que te ayuda a conciliar el sueño en tan solo un minuto

El profesor de la Universidad de Arizona Andrew Weil, experto en medicina integral, ha creado esta nueva técnica que nos ayuda a relajarnos para dormir mejor

Desde hace mucho tiempo se han popularizado las técnicas de respiración como la forma más sencilla y barata de relajarnos cuando estamos nerviosos, sentimos ansiedad o pensamos que no podemos dormir. Sin embargo, raramente sabemos cómo aplicarlas, y nos limitamos a respirar profundamente y a exhalar sin orden ni concierto. No estamos desencaminados, pero podemos hacerlo mucho mejor.

De entre todos los métodos recomendados por los especialistas, se ha puesto de moda el conocido como 4-7-8 o ejercicio de la respiración relajante, pergeñado por Andrew Weil, director de Medicina Integral de la Universidad de Arizona y un personaje popular en Estados Unidos.

Aunque el terapeuta ha diseñado varios ejercicios de respiración a lo largo de su carrera, probablemente el más efectivo de todos sea este, que goza del atractivo de la fórmula numérica y se basa en la respiración diafragmática, que permite llenar de aire la zona baja de los pulmones para captar mejor el oxígeno. Se trata de una herramienta de relajación ampliamente conocida a cuyo proceso el doctor ha proporcionado unas duraciones concretas.

Cómo aplicar la técnica 4-7-8

En primer lugar, aunque el ejercicio puede realizarse en cualquier posición, Weil recomienda hacerlo sentado, con la espalda recta y apoyada en un respaldo. Aunque esta postura nos imposibilite dormirnos, podemos ensayar el método sentados y aplicarlo posteriormente cuando nos encontremos en la cama.

No debemos realizarlo más de cuatro veces al día durante el primer mes

Una vez en posición, debemos colocar la punta de la lengua justo detrás de los dientes frontales, donde comienza el paladar. Aunque no es imprescindible, puesto que lo más importante del ejercicio es la respiración y sus tiempos, tiene como objetivo que el aire exhalado se mueva por toda la boca y sea expulsado por esta.

Estos son los tres pasos más importantes del ejercicio:

  • Cierra tu boca e inhala el aire a través de la nariz. Cuenta hasta cuatro.
  • Aguanta la respiración durante siete segundos.
  • Espira completamente el aire de tus pulmones durante ocho segundos. Es importante realizar un sonido fuerte, por lo que este es un ejercicio ruidoso, así que quizá a tu pareja no le guste demasiado (o aceptará que lo hagas durante unos instantes si, de esa manera, evita tener que aguantarte dando vueltas en la cama).

El ejercicio debe realizarse tal y como lo ha diseñado el médico, aunque hay pequeños detalles que pueden variar: lo más importante es que la relación entre el tiempo de inspiración y espiración (el doble) se mantenga igual. Por ejemplo, una proporción 3-3-6 también puede ser adecuada. Lo normal es que al principio nos sintamos ligeramente aturdidos y nos cueste más aguantar la respiración, y que con el paso del tiempo seamos capaces de retenerla durante más tiempo.

Weil explica que, a diferencia de otros tratamientos como los farmacológicos, el ejercicio surte mejor efecto cuanto más tiempo llevamos practicándolo. Eso sí, advierte que no debe realizarse demasiado a menudo –aunque un par de veces al día son recomendables para ir acostumbrándose– y que no se repita más de cuatro veces durante el primer mes de práctica. Cuando estemos acostumbrados, podemos repetir hasta ocho veces el ejercicio.

Otras aplicaciones de la respiración relajante

Aunque este ejercicio se aplica a menudo para conciliar el sueño, también puede realizarse en otras situaciones, como relajarnos antes de contestar cuando estamos enfadados (sí, es otra manera de contar hasta diez), tranquilizarnos o aliviar la tensión interna antes de una cita importante o una entrevista de trabajo. Cuando nos encontramos alterados, respiramos de forma incorrecta, lo que puede afectar a nuestro estado de ánimo, nuestra toma de decisiones y hacernos más propensos a sufrir enfermedades cardiacas o problemas digestivos.


Activando el Poder Mental para el Insomnio

Para tener un día pleno de oportunidades, hay tener un sueño de calidad.
Casi todos los casos de insomnio se solucionan modificando hábitos.

La grabación de Auto Programación Mental que he preparado para el insomnio ayuda a conseguir todos los hábitos de pensamiento y actitud necesarios para dormir bien.

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Navidad

La Navidad se instaló en lugar la celebración romana de Saturno

Cuando compramos los regalos de Navidad, decoramos el árbol o nos reunimos con la familia alrededor de la cena navideña, raramente nos detenemos a pensar cómo se fueron formando esas tradiciones milenarias, algunas de ellas mucho más antiguas que el propio cristianismo.

La conmemoración del nacimiento de Jesús, la fiesta más universal de Occidente, se celebró por primera vez el 25 de diciembre de 336 en Roma, pero hasta el siglo V, la Iglesia de Oriente siguió conmemorando el nacimiento y el bautismo del niño Dios de los cristianos el 6 de enero. El nombre de la fiesta Navidad, proviene del latín nativitas, nativitatis ‘nacimiento’, ‘generación’.

En siglos posteriores, las diócesis orientales fueron adoptando el 25 de diciembre y fueron dejando el 6 de enero para recordar el bautismo de Cristo, con excepción de la Iglesia armenia, que hasta hoy conmemora la Navidad en esa fecha de enero.

No se conoce con certeza la razón por la cual se eligió el 25 de diciembre para celebrar la fiesta navideña, pero los estudiosos consideran probable que los cristianos de aquella época se hubieran propuesto reemplazar con la Navidad la fiesta pagana conocida como natalis solis invicti (fiesta del nacimiento del sol invicto), que correspondía al solsticio de invierno en el hemisferio norte, a partir del cual empieza a aumentar la duración de los días y el sol sube cada día más alto por encima del horizonte.

.En aquella época se creía erróneamente que el solsticio caía el día 25 de diciembre. La Iglesia decidió unirse a sus «enemigos» e hizo propios los rituales, dándoles un significado cristiano.

Durante muchos años, sin embargo, coexistieron ambas celebraciones. El mismo San Agustín, muerto en el año 430, todavía insistía a sus contemporáneos para que el 25 de diciembre celebraran el nacimiento de Cristo y no el del Sol.

Una vez que la Iglesia oriental instituyó el 25 de diciembre para la Navidad, el bautismo de Jesús empezó a festejarse en Oriente el 6 de enero, pero en Roma esa fecha fue escogida para celebrar la llegada a Belén de los Reyes Magos, con sus regalos de oro, incienso y mirra.

Estos magos, según San Mateo, eran en realidad sabios. Digamos de paso que en ninguna parte se dice que sean tres, sino que debido a que un pintor los representó en este número, quedó como traidición. Como el 6 de enero estaba tan relacionado con los ritos del agua, no fue difícil que se agregara otra conmemoración: la conversión de agua en vino por Jesús en las bodas de Caná.

A lo largo de los siglos, las costumbres tradicionales vinculadas a la Navidad se desarrollaron a partir de múltiples fuentes. En esas tradiciones, tuvo considerable influencia el hecho de que la celebración coincidiera con las fechas de antiquísimos ritos de origen agrícola que tenían lugar al comienzo del invierno.

Así, la Navidad acogió elementos de la tradición latina de la Saturnalia, una fiesta de regocijo e intercambio de regalos, que los romanos celebraban el 17 de diciembre en homenaje a Saturno. Y no hay que olvidar que el 25 de diciembre era también la fiesta del dios persa de la luz, Mitra, respetado por Diocleciano, y que había inspirado a griegos y romanos a adorar a Febo y a Apolo.

En el Año Nuevo, los romanos decoraban sus casas con luces y hojas de vegetales, y daban regalos a los niños y a los pobres en un clima que hoy llamaríamos «navideño». A pesar de que el año romano comenzaba en marzo, estas costumbres también fueron incorporadas a la festividad cristiana.

Por otra parte, con la llegada de los invasores germánicos a la Galia, a Inglaterra y a Europa Central, ritos de esos pueblos se mezclaron con las costumbres celtas y fueron adoptados en parte por los cristianos, con lo que la Navidad se tornó desde muy temprano una fiesta de comida y bebida abundante, con fuegos, luces y árboles decorados.

La Navidad que celebramos hoy es, pues, el producto de un milenario crisol en el que antiguas tradiciones griegas y romanas se conjugaron con rituales célticos, germánicos y con liturgias ignotas de misteriosas religiones orientales.

Sergio Valdivia

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Año nuevo

Año nuevo. ¿Nuevo?

El 88% de las personas no es capaz de realizar sus promesas de año nuevo

El Año Nuevo que celebra la gente es una ilusión que se va rápidamente en los primeros días del próximo año.
Hay dos razones fundamentales por qué ocurre esto. Primero, porque no se suelen aplicar técnicas seguras para activar la voluntad, la perseverancia y realizar métodos para conseguir las metas propuestas. Y segundo, por el Año Nuevo natural, que es donde aprovechamos la fuerza de la naturaleza, ocurre en el Equinoccio de Primavera (Septiembre o marzo, según el hemisferio). 

Por supuesto, si se quiere pasar bien el 31 de diciembre, es favorable hacerlo, siempre y cuando no se consuma demasiado alcohol y se coma de manera desmedida. Sin embargo, nosotros como iniciados, celebramos el Año Nuevo en el Equinoccio de Primavera y sabemos que es allí donde tienen efecto las meditaciones y actos mágicos que podamos realizar.

Todos tenemos la ilusión de partir de cero. Eso es el Año Nuevo. La creencia extendida de que el cambio de folio también es el momento en que todo el universo se ordena para, por fin, concretar lo del decirlo y hacerlo. Un cambio de fecha que nos pone en un estado de gracia propicio para cualquier plan que ayude a mejorar lo que queremos mejorar.

En el año nuevo está la esperanza de comenzar una “nueva vida” y la mayoría siente la necesidad de implementarla muy luego. Es la urgencia por partir otra vez, de nuevo, por cambiar, y tiene que ver con la necesidad de motivación de los seres humanos, que cada cierto tiempo necesitan reinventarse. Porque sólo así pueden reorientarse y seguir persiguiendo sus objetivos, dice Timothy Pychyl, profesor de Sicología de la Universidad de Carleton, Canadá, investigador y autor del libro The procrastinetor’s digest: a concise guide to solving the procrastination.

Para los seres humanos, de acuerdo a Pychyl, la necesidad de cambiar es una constante. “Siempre vivimos con una idea de lo que fuimos en el pasado, lo que somos ahora y lo que podemos ser en el futuro, una especie de ‘yo posible’”. No se trata sólo de un ejercicio metafísico: es también un poderoso mecanismo de defensa contra la realidad, sobre todo cuando las cosas salen mal. Nada es más esperanzador y motivador que saber que sin importar cuánto nos desviemos de nuestros objetivos, siempre van a llegar ciertos momentos en que (sentimos) todo volverá a empezar y podremos reanudar el camino.

Y esos momentos coinciden con los grandes hitos que nos marcan: el cumpleaños, el inicio de un semestre académico y, claro, el Año Nuevo. Según Pychyl, estas coyunturas suelen venir con la promesa de lo que él llama un “cambio cuántico”. Este se refiere a “un cambio radical, de la noche a la mañana”, algo que nos llena de esperanza porque supone una transformación repentina de todas las condiciones. Algo que, sentimos, nos da la posibilidad de hacer cambios profundos e importantes en nuestra vida. Aunque es muy difícil que algo pueda ser tan revolucionario, agrega el sicólogo, seguimos creyendo “por la misma razón que seguimos comprando boletos de lotería: necesitamos creer que algo nos va a pasar”.

Deberíamos ser capaces de introducir cambios en cualquier momento. La principal razón es que la esperanza de que las cosas serán distintas en ese momento es tan fuerte en nuestra sociedad, que estamos más optimistas que nunca frente al cambio. Por eso, también más motivados y, por lo mismo, más cerca de lograrlo. Cuando la naturaleza revive y exterioriza su energía, llenándonos de colores, flores y aves, es el entorno motivador preciso para tener más efectividad en los cambios que queremos.

Una idea que la ciencia ha explorado. De hecho, a comienzos de la década pasada descubrió que utilizando las estrategias adecuadas, la gente puede cambiar su personalidad, incluso cuando ya ha pasado los 30 años.

Una (positiva) costumbre milenaria

Por supuesto, esta sensación de urgencia de cambio no es nueva ni propia de un tipo determinado de sociedad; en todas partes, la gente ha usado el Año Nuevo durante miles de años para tratar de cambiar de giro. Es por eso que el mes de enero, en inglés (January), hace referencia al dios Jano, que con una cara mira hacia atrás y con la otra, hacia adelante, como símbolo de la posibilidad de aprender del pasado para mejorar el futuro.

Las cifras tras nuestra ilusión de recomenzar, claro, no son muy alentadoras. Según una encuesta de 2007, realizada por el psicólogo británico Richard Wiseman entre 3 mil personas, el 88% de ellas no fue capaz de cumplir con sus objetivos de cambio del Año Nuevo. ¿Cómo se explica entonces que sigamos creyendo casi irracionalmente que éste sí será el año donde lograremos cambiar? La razón está en dos poderosos beneficios que nos da este comportamiento. El primero viene determinado por la evolución y la biología de nuestro cerebro, fuertemente cableado para ver el mundo según lo que la sicología llama el “sesgo del optimismo”. O sea, la tendencia a ver siempre el vaso medio lleno, sobre todo cuando se trata de nuestro futuro.

En el cerebro, este mecanismo está regulado por la amígdala, una pequeña estructura al mando del procesamiento y expresión de las emociones, y la corteza cingulada anterior rostral, un área de la corteza prefrontal que modula la emoción y la motivación. Esta última actúa como una suerte de policía de tránsito, que promueve el flujo y circulación de emociones y asociaciones positivas. Según análisis realizados con imágenes de resonancia magnética funcional, mientras más optimista sea la visión de futuro de una persona frente a una serie de situaciones hipotéticas, se produce una mayor actividad y una más fuerte conexión entre estas dos estructuras, lo que termina por reforzar la visión positiva de las personas.

El propósito de esta arquitectura cerebral es, por una parte, mantenernos motivados. Si pensáramos que el futuro será peor que el presente, la vida no tendría ningún sentido. Además, la esperanza y confianza en que lo que viene será mejor nos ayuda a mantener nuestro estado de ánimo, disminuir el estrés y mejorar nuestra salud física. No por nada, los investigadores que analizaron a un grupo de pacientes con enfermedades cardíacas encontraron que los optimistas eran más proclives que los no optimistas a tomar vitaminas, comer comida baja en grasa y ejercitarse, reduciendo su riesgo coronario general. Y que otro estudio con pacientes con cáncer revelara que los pesimistas tenían mayor posibilidad de morir dentro de sólo ocho meses comparados con los optimistas, a pesar de que todos partían del mismo estado de salud inicial, estatus y edad.

El segundo beneficio es mucho más inmediato y viene dado por la recompensa que estos deseos de buenos cambios producen en la autoestima. Las promesas de cambios radicales siempre nos hacen sentirnos mejores personas, algo vital, sobre todo en un momento del año en que estamos muy cansados y aún lamentando las cosas que no alcanzamos a cumplir. Según Timothy Pychyl, con sólo prometernos un cambio “reparamos el ánimo en seguida. Prometer dejar de fumar nos hace sentir bien inmediatamente, incluso si a los dos minutos prendo otro cigarro, porque ya me hice una promesa. No tengo que hacerlo hoy, por eso se siente tan bien. Hoy puedo comer lo que quiera en la noche de Año Nuevo, porque voy a comenzar a hacer dieta mañana”.

El cerebro del cambio

Ahora, si bien hay consenso en que el Año Nuevo es un momento clave para el cambio debido a la alta motivación social que concita esta fecha, los especialistas son claros en señalar que los cambios pueden (y deberían) producirse en cualquier momento del año. La clave es saber qué estrategias utilizar para cambiar.

Y quienes han aprendido metafísica seria y práctica, conocen que hay que aprovechar la energía telúrica y cósmica para sintonizar con ellas y darle energía a nuestra voluntad y perseverancia. Sabemos que nuestra realidad se compone de la interacción con los demás y con nuestro entorno.

Lo principal es intervenir lo que más importa: nuestro cerebro, ya sea a través de ejercicios o “engañándolo” para que nos ayude a conseguir lo que queremos. Por ejemplo, dice a Tendencias el doctor en Sicología de la Universidad DePaul, Chicago, Joseph Ferrari, cuando tratamos de cambiar malos hábitos, es indispensable cambiar sólo uno a la vez. La razón es simple: nuestro cerebro no puede con tanta carga.

Diversos estudios han probado que la fuerza de voluntad es un recurso que se agota, por lo que no tiene ningún sentido tratar de bajar de peso y dejar de fumar a la vez. Mientras más se atenga a la dieta, menos fuerza de voluntad le quedará para cualquier otra actividad, y dejar de fumar será casi imposible.

Lo mismo ocurre con las metas. Estas deben ser realistas y muy bien establecidas, porque si no, no somos capaces de organizarlas y seguirlas adecuadamente. Según Ferrari, no sirve de nada decir: “Voy a bajar de peso este año”. Lo que hay que hacer es decir: “Voy a bajar cinco kilos en los próximos cuatro meses”. De esa forma, se puede evaluar la meta de una manera objetiva. La que también debe ser razonablemente pequeña. Dice Ferrari que si prometemos bajar 20 kilos en cuatro meses, lo más probable es que no lo consigamos, nos frustremos y terminemos renunciando. En cambio, si prometemos bajar tres kilos y bajamos cinco, nos sentiremos sumamente orgullosos y continuaremos con el plan.

Pero los cambios no son sólo físicos. También podemos cambiar nuestros estados de ánimo. Si bien durante la edad adulta lo más frecuente es que las rutas neuronales se mantengan relativamente estables, también, gracias a la plasticidad del cerebro, es decir, la capacidad de modificar las conexiones a partir de la experiencia, es posible transformarlas. ¿No le gusta ser tan pesimista? Cambie el cableado de su cerebro.

La mantención de un estado de ánimo positivo depende de la actividad registrada entre las áreas que procesan la sensación de recompensa, el placer y planificación. La alta actividad entre estas regiones caracteriza a los optimistas. Pasar de pesimista a optimista, entonces, depende de la fortaleza de esas conexiones. Y la única forma de incrementar esa fuerza es, al igual que con los músculos, ejercitarla. La que requiere más refuerzo es la corteza prefrontal, que puede ejercitarse de manera efectiva planificando todo tipo de actividades, ya que ésta es una de sus principales funciones.

Algo similar ocurre si su meta es relacionarse un poco mejor con su entorno social. Los estudios han probado que la intuición social, es decir, la capacidad de detectar emociones en otras personas y actuar en congruencia, se caracteriza por una alta actividad en una zona del cerebro encargada de procesar lo que transmite el rostro de otra persona y una alta actividad en la amígdala, que procesa las emociones.

Por otra parte, están los que tienen una débil conexión en esa zona y a quienes, por eso mismo, les resulta más difícil descifrar las emociones de los demás. Para cambiar este último comportamiento, sólo queda fortalecer la atención, sobre todo en las dinámicas sociales del resto. Por ejemplo, dice el neurocientífico y profesor de sicología de la U. de Wisconsin, Richard J. Davidson, una buena estrategia sería salir a un parque y enfocarse, sutilmente, en una pareja de desconocidos o un grupo pequeño. Ahí, debe prestar atención a sus caras. Fíjese si puede predecir cómo actuarán o si, al irse, partirán de la mano o separados. Cuando haya logrado cierto éxito con esta tarea, practíquela con sus amigos y familiares.

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